La plaza de la Bastilla no es últimamente el lugar más habitual para las manifestaciones en París, pero qué mejor ubicación que uno de los mayores iconos de la Revolución Francesa, donde rodaron 75 cabezas en la guillotina, para recordarle al presidente de la República esa afición tan autóctona de añorar a reyes para terminar decapitándoles. Y así, este sábado por la tarde, gran parte de la izquierda, unida bajo las siglas del Nuevo Frente Popular (NFP), ganador de las últimas elecciones legislativas, salió a la calle para pedir la destitución del jefe del Estado. “Macron, ¡destitución o revolución!”, rezaba una de las pancartas que portaban algunos de los miles de manifestantes (160.000 según los organizadores) que se disponían desde las dos de la tarde a recorrer los que 2,5 kilómetros que separan la plaza de la Bastilla y la de Nación.
La manifestación, que tuvo réplicas en 150 localidades francesas (según los organizadores) fue convocada en un primer momento por La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon, integrante y altavoz de la coalición del Nueve Frente Popular, la alianza constituida antes de las elecciones para hacer frente al ascenso de la ultraderecha de Marine Le Pen. “La democracia no es solo el arte de aceptar haber ganado, también es la humildad de aceptar haber perdido”, declaró dirigiéndose a Macron en la marcha de París. “Os llamo a una lucha de larga duración”, añadió dirigiéndose a la multitud. A la manifestación se sumaron sus socios el Partido Comunista y de los Ecologistas. Pero el Partido Socialista decidió no participar en la marcha. Su secretario general, Olivier Faure, atacó desde los medios a Macron y advirtió de que no entrarán en el gobierno del nuevo primer ministro, el conservador Michel Barnier, nombrado el viernes por Macron.
La sensación en Francia bascula estos días entre el alivio por tener ya un primer ministro después de 60 días de las elecciones del pasado 7 de julio, y la preocupación por la decisión de Macron de nombrar a un representante de la derecha en Matignon. Según una encuesta de la cadena BFMTV, el 74% de los franceses considera que el presidente francés no ha respetado el resultado de las elecciones legislativas del pasado 9 de julio. Y lo peor, denuncia la izquierda, es que Macron y el gobierno de Barnier serán ahora rehenes del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, cuyos diputados serán decisivos para no ser censurado en las próximas semanas en la Asamblea Nacional. “Marine Le Pen es quien manda ahora mismo. Mire, es muy sencillo: Macron ha tenido que elegir entre Mélenchon y Le Pen, y la ha elegido a ella. Creo que está todo claro”, denuncia en plena marcha por la calle Faubourg Saint-Antoine.
Más o menos a esa hora, Jordan Bardella, el presidente del RN y delfín de Marine Le Pen, confirmaba esa impresión generalizada en la red social X. “Nada se puede hacer ya sin nuestro partido. El señor Barnier es un primer ministro bajo vigilancia democrática de un partido imprescindible en el juego parlamentario”. El RN tiene hoy 144 parlamentarios (si se cuentan los que aporta el nuevo partido de Éric Ciotti, exlíder de Los Republicanos) y nada menos que 11 millones de votos. Sin esos escaños y sin el apoyo ya declarado de la izquierda, el ejecutivo de Barnier no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir. Una idea que se repetía continuamente en las consignas de la manifestación y en las pancartas y que el propio Barnier ha interiorizado: “Respetamos a todos los partidos y hablaremos con todos”, anunció en su primera entrevista, liquidando el cordón sanitario aplicado en las últimas elecciones por el llamado Frente Republicano.